jueves, 10 de diciembre de 2009

La llamada que no fue.


Del otro lado del teléfono está un hombre. No habla, él. No siente, él. Yo espero. Guardo tiempo dentro de un frasco al que recorrí con un lazo de color rosa, anudándolo en forma de moño. Guardo también en él mis penas. Sería un bonito regalo, pienso. Me acuerdo. Lloro por un rato. No caen lágrimas. Finalmente pienso, nuevamente. Pienso que él, en mí, piensa. Marco un número. Mis dedos organizan el mundo a su antojo. Del otro lado, nuevamente. Tono tras tono. Late un corazón temeroso. Alguien descuelga. Escucho su voz. Respondo. Él duda. Él finge no reconocer mi voz, es lo que me obligo a creer. Él se extraña ante mi llamado. Yo mucho más que él. Niega haber pensado en mí. Haberme llamado con el pensamiento es una descortesía, pienso. No se lo digo. Murmuro. Silencio. Recuerdo haberle contado de mis píes frios, mientras se escapaban por debajo de las sábanas. Promesas de secuestro, recuerdo. Me siento avergonzado. De él. De mí. Ante su negación me veo imposibilitado, una vez más, para continuar. Me despido, sin querer hacerlo. Cuelgo. Tiemblo. Me recompongo. Espero, nuevamente. Esta vez un poco más lejos del teléfono. Del otro lado está un hombre. Pienso, nuevamente, que él en mí piensa. Abro el frasco, dejo entrar un poco más de tiempo. Espero a que, esta vez, sea él el que llame.

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