domingo, 23 de mayo de 2010

La extrema acumulación de nubes me intimida. Es como ver a un gran ejército algodonado y de caras constantemente cambiantes observar inquisidoramente. Prefiero nubes que hayan aprendido a tomar un poco de distancia entre ellas, me parece más loable. Nubes independientes. Nubes adolescentes. Erráticas, nubes errantes que saben a sandía. Y de esa forma uno puede encontrar en ellas miles y miles de formas (otras formas) mientras se desplazan por sobre nuestras cabezas. Una pantalla interminable, que dejaría de ser pantalla debido a ese detalle, pero pantalla al fin. Sin CinemaScope que la supere, sin Cinerama que la opaque. Sin proyectores, sin película. Pero el movimiento está ahí. Y el pasto estaría en nuestras nucas, claro. Como el respaldo de la butaca. Me encantaría ver mis películas favoritas en toda la extensión del cielo. Y simplemente tirarme ahí, un poquito afuera y verlas. Quiero esas nubes y sus extraños movimientos de bailarina. Hoy va a ser una noche de un solo cúmulo de nubes, seguramente rojizas, que dan miedo. Viajes en trenes, destinos lejanos, frio frio frio, las manos dentro de los bolsillos, mochila, algún alfajor, puchos en la unión de vagones, charlas largas de caras enfrentadas agarrados de hierros. Los viajes nocturnos por Buenos Aires me dan un vértigo increible, yo tan acostumbrado a la provincia. Quiero escribir algo sobre trenes, los cuerpos cercanos en los trenes, el frio en los trenes, las apoyadas en los trenes. Y también sobre nubes, pero no las rojizas. Esta noche veré y mañana tal vez escriba. También quiero escribir sobre Buenos Aires.

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