domingo, 16 de mayo de 2010


Luego de largos esfuerzos sobrehumanos por salir de la cama, decidí que no había caso. Esta geografía acolchonada me resguarda y me abriga mientras escribo estas líneas. Aprovecharé la ocasión para continuar con mis habituales investigaciones nocturnas. Leyendo a Quintín por diversión, entretenimiento o sadismo. No sé, ya no distingo. Por momentos me rio solo y a carcajadas leyendo como se descarga con saña al referirse a El camino entre dos puntos, exhibida en el último bafici. Historias extraordinarias del amigo Llinás resuena en mi cabeza. Dudas tengo, leo para disiparlas. No puedo evitar sentirme maravillado con la destreza narrativa de este muchacho, el uso encantador de la voz en off y esa construcción tan esmerada en los personajes de historias absolutamente periféricas y catalíticas. Sin embargo, esa carta narrada por el personaje que la escribió y que ya está muerto y que mira a cámara y esa anécdota de soldados alemanes atravesando claramente la pampa humeda, me dan un poco de dolor de estómago. Lo de la canción de la suerte me encantó, eso sí. Me resulta bella la idea de una canción que obligadamente debemos cantar luego de una gran proeza. Seguiré con mi lectura, tal vez vea alguna peli (tengo una de Apichatpong que vengo postergando) y seguramente continue releyendo a la señorita Paula. Ah, y quiero ver Resfriada. Sólo para ver a Romina Paula actuar, claro está.

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